• El pastor de los cerdos y el portero del Ayuntamiento

    Publicado en Betanzos e a súa Comarca el 01/05/2004. Página 31.

    Apunte al natural realizado por Don José Algueró Penedo (Archivo del autor)El portero del Ayuntamiento era nombrado por la Justicia y Regimiento, y era un oficio que por lo general se ejercía durante muchos años, en algunos casos durante toda la vida, como lo sirvió Jacome Reimóndez hasta la hora de su muerte.

    Según consta en las Actas Capitulares, en la sesión municipal del 14 de abril de 1605, se nombra un nuevo portero por fallecimiento del que lo venía sirviendo en los siguientes términos:

    «Y ansimismo en este ayuntamiento se propusso que por quanto ayer se abia fallesçido Jacome Reimondez, portero deste ayuntamiento, hera nesçesario nonbrar otro que serbiese al dicho oficio dende aora por un año y lo más que fuere boluntad del dicho ayuntamiento nombraban y nombraron por portero de él a Fernán de Aranda, vecino desta dicha ciudad, con el selario acostunbrado que se suele dar a los tales porteros de este dicho ayuntamiento, el qual aga la jura en tal casso nescesaria y segun de derecho se requiere y ansi lo probeyeron y ordenaron y firmaron. [Firmado] Andrés de Salcedo, Rodrigo Sanchez de Boado, Agustin Rodriguez de la Torre, Fernando de Sangiao, Bernardo Yañez de Parga, Rafael de Villar. Pasó ante mí. [Firmado] Alonso Vazquez [Rúbricas]».

    Efectivamente, tenía que prestar juramento de su cargo y también presentar fianzas suficientes para poder ejercerlo. Entre sus funciones estaba obligado a comunicar los autos que le fueran encomendados, convocar a los capitulares para su asistencia a los cabildos, custodiar los enseres del Palacio Consistorial, cuidar de sus llaves para abrirlo y cerrarlo oportunamente, y cumplir los encargos del Corregidor y del Regidor de mes. Una curiosa anécdota concerniente a este oficio, tuvo que ver con cierta negligencia en la utilización de las llaves y el cierre de las puertas del auditorio, situado en la planta baja del antiguo Palacio Consistorial, actitud recriminada con dureza por el Corregidor mediante el siguiente auto:

    «En la çiudad de Betanços a seis días del mes de Otubre de mill y seisçientos y veinte anos, por delante mi escribano Su Merced don Jerónimo de rrojas y Sandobal, Corregidor e Justicia en la dicha Ciudad, dijo que por cuanto Gregorio Gomes era Portero de las Cassas de Ayuntamiento de la dicha çiudad y deviendo tener las puertas del auditorio zerradas y pechadas con su llave como la tenía y no consentir entrar en él los lechones ni otra cosa ninguna, ni bendersse vino ni otra cossa en el dicho auditorio no lo açía, antes tenía las puertas aviertas de manera que se entraban los lechones y se avían puesto a bender los arrieros el vino dentro en el dicho auditorio siendo inocente, mandava y mandó se le notefique zierre y pechalas dichas puertas y no consienta lo susodicho pena de que será castigado con todo rigor y ansí lo proveyó, mandó e firmó. [Firmado] Don Jerónimo de Rojas [Rúbrica]. Ante mí [Firmado] Redro Manzanas [Rúbrica]» (Archivo Iltre. Colegio Notarial de La Coruña. Protocolo 239 del escribano de Betanzos Pedro Manzanas y Moscoso, folio 39).

    El auto antecedente levantado contra el portero, para mayor intimidación, le fue notificado y leído por los escribanos Juan Cubeiro y Gregorio de Cernadas el mismo día, quienes hacen constar en su diligencia la respuesta «El cual dixo questava presto de lo cunplir», como no podía ser de otra manera.

    La que puede calificarse de engorrosa situación, excluida la conversión en lonja de vinos del auditorio municipal, no lo es tanto, si consideramos que hasta bien entrado el siglo XX los lechones y sus progenitores circulaban libremente por la población, por lo que se puede justificar el hecho como una travesura de los lechones o un descuido de la lechona no controlada por el portero. Lo que no podrían imaginarse en aquellos tiempos era que a finales del siglo XIX se habría de crear un servicio de vigilancia de gorrinos, al frente de un guarda conocido como «pastor de los cerdos».

    Recordamos el paseo de los cerdos por la población en las inmediaciones de las casas de sus propietarios, con o sin vigilancia, y alguna que otra carrera por evasión del animal llegada la hora de ser conducido al cubil, en algunas casas compartido por conejos y otros animales domésticos, transcurrida la mitad del pasado siglo. Un significado reflejo sobre esta realidad aparece registrado en las Actas Capitulares del 25 de abril de 1881, en la que puede leerse:

      «Enterado el ayuntamiento de que á todas las horas del día, sean estas del trabajo ó festivos, circulan por las calles de esta ciudad gran número de cerdos, que sobre todo ensucian el piso de las calles y paseos de la misma con notorio perjuicio de la limpieza y hasta de la salud pública; embarazan la circulación y el libre tránsito de las gentes, cosa que ofende y desdice de la cultura de este pueblo, y no se halla en armonía con las prácticas y costumbres establecidas, acuerda destinar para el esparcimiento de dichos animales el camino viejo que desde el Rollo conduce á las Cascas, y autorizar a la Comisión de Obras para que en el citado camino se sirba disponer la colocación de dos cancillas, una al estremo denominado de la Penela y otra cerca del puente antiguo de las Cascas, que eviten el que los cerdos metidos en el indicado recinto salgan de él sin que se les abran las mentadas cancillas ápropósito, con lo que se conseguirá que los vecinos que no quieran tenerlos encerrados en sus casas tengan un punto seguro de esparcimiento para los referidos animales».

    Dos días después un nutrido grupo de vecinos presenta una instancia en el Ayuntamiento, en la que solicitan que no se lleve a efecto el acuerdo antecedente, de la que se da cuenta en la sesión del 6 de junio del mismo año, en la que no sólo se desestiman sus pretensiones sino que se adopta el acuerdo de retribuir al encargado de este servicio, en razón «de lo venificioso que es para la limpieza y aseo de las calles y paseos de esta ciudad la medida adoptada de que los cerdos sean conducidos y custodiados por un guardia especial… y penetrada a la vez de lo insuficiente de la retribución… a contar desde el día de hoy se satisfagan al citado encargado veinticinco céntimos de peseta diarios… y se entienda sin perjuicio de lo que le paguen los dueños de los mencionados animales por el servicio que les presta», y estipendio que le sería safisfecho con cargo a la partida de «Imprevistos» del presupuesto municipal.

    En la sesión del 15 de junio de 1881, el tema de los cerdos centra una vez más el debate de la Corporación y se da cuenta de un oficio remitido por el Juez de Primera Instancia, en el que interesa se le comunique la primera fecha en que vuelva a reunirse «para ofrecerle la causa que se instruye en averiguación del autor o autores de la sustracción de la cancilla colocada en el antiguo camino vecinal de las Cascas…». No cabe duda de que el enrejado molestaba más por el olor y gruñidos de los animales que guardaba que por las molestias causadas por la ocupación de vía pública, de ahí que esta fechoría pudiera atribuírsele a cualquiera de los firmantes de la instancia, en represalia por no atenderse su reivindicación.

    La cancilla vuelve a reponerse y el guarda desea cobrar el emolumento correspondiente, según figura en la sesión municipal del 8 de agosto de 1881, en la que entre otros asuntos se da cuenta de «que el encargado de la conducción y custodia de los cerdos Francisco Bugallo Castro, se halla en descubierto del haber de veinticinco céntimos de peseta diarios que disfruta por dicho servicio…». En aquel entonces ya se apreciaba la decadencia en la administración municipal.

    Dos años más tarde esta observancia se vino relajando, de manera que la situación mereció espacio en la prensa local de la época. En el semanario «El Censor» aparecido el 1 de diciembre de 1883, se publicaba una carta abierta en la sección de noticias «Regionales y Locales», dirigida a la primera autoridad en los siguientes términos:

    «Sr. Alcalde: á pesar de las órdenes que usted tiene dadas para que los cerdos salgan conducidos por el pastor que el municipio tiene designado, esto no se lleva á cabo; y para mayor certeza puede informarle de lo que denunciamos al fontoche (léase sereno) encargado de la vigilancia de la calle de S. Francisco, en la que a todas horas se ven estos animalitos, infringiendo así sus mandatos.
    Si no rogamos en balde
    Y nos libra V de «quinos»
    Ya verá si los vecinos
    Le quieren señor Alcalde».

    De la misma manera que había sucedido con el Portero del Ayuntamiento, habría de acontecer con el guarda de los cerdos, siendo así que en la sesión municipal del 30 de marzo de 1903 se presentaba la siguiente propuesta:

    «Por el Sr Presidente se manifestó a la Corporación que habiendo fallecido el pastor encargado del cuidado de los cerdos Antonio Ponte Rios, procedía nombrar otro que se encargase de este servicio según así se hacía constar en la convocatoria».

    Este asunto desató una polémica en el seno de la Corporación, hasta el punto de afirmar el Sr. Peña Otero que no era necesaria dicha plaza, y en el calor de la discusión ratificarse en su postura «por cuanto con pastor y sin pastor los cerdos circulaban libremente por las calles» y que debía suprimirse. Lo que no fue óbice para que prosperara y se nombrase a Ramón Ponte Sánchez, vecino de la ciudad, para ocupar la vacante.

    Con el transcurrir de los años se pondría fin a la prisión de los marranos, más por la sinergia de la modernidad que por la capacidad para custodiarlos