Desde las nubes de la historia: San Francisco de Betanzos
Cien años de la historia de un monasterio
Publicado en La Voz de Galicia el 15/08/1967. Páginas 36 y 37.
En la historia monacal de Galicia, el convento de San Francisco de Betanzos ha ocupado un lugar predominante, no solo por la irradiación de cultura que mana de sus piedras, sino también por su íntima relación con la familia de los Andrade, familia que constituye una de las páginas más gloriosas del medievo gallego; ahora bien, así como numerosos historiadores nos han hecho conocer, con sus estudios, las diferentes vicisitudes por las que atravesó el monasterio a lo largo del período que abarca desde su fundación hasta 1809, en que se efectuó la invasión francesa, paradójicamente nos encontramos con que el período más reciente de su vida, o sea sus últimos 150 años, permanecen ignorados entre el polvo de los archivos, siendo desconocidos tanto para el gran público como para la historia.
Propósito de este trabajo es el investigar y aclarar este período que, aunque reciente, se presenta lleno de lagunas históricas que dificultan la investigación y conocimiento de las últimas hojas de este viejo árbol, que ha cobijado bajo su sombra la historia y cultura de la muy noble ciudad de Betanzos.
Hablar de San Francisco es hablar de Fernán Pérez de Andrade «O’Boo», su fundador, y hablar de éste es hablar de un fanático de la diosa arquitectura: su legado es tan sublime que supera lo bello y llega hasta lo indescifrable; sería somero el exponer la belleza de un ornado ábside ojival, de sus rosetones, sus ventanales, sus capiteles… sus tumbas, en fin, todo lo que contribuye a declararle como el monumento gótico más hermoso de Galicia.
Apartándonos de sus valores artísticos, nos queda únicamente el valorar su importancia, cosa indudable si sabemos que en épocas de esplendor, llegó a albergar, hasta ochenta religiosos dedicados a la enseñanza de la Filosofía, la Teología, la Gramática y la Música; por otra parte, las numerosas fundaciones realizadas por la más selecta nobleza tales como los Andrade, los Figueroa, los Becerra, los Bañobre, los Parga, los Vilousaz… quienes a su muerte recibían sepultura en sus propias capillas, convirtiendo de ese modo a la iglesia en un panteón rebosante de gloria y de arte.
Introducción
Encontramos en deplorable estado la situación financiera de España: el conde de Toreno nombró ministro de Hacienda al liberal Juan Álvarez Mendizábal, quien para arreglar la situación implantó dos remedios: La extinción de las órdenes religiosas y la incautación por el Estado de sus bienes (RR.DD. 19 de febrero y 8 de marzo de 1836). Estas medidas fueron las principales causas de la destrucción de numerosos conventos y monasterios y entre ellos el de San Francisco de Betanzos.
Tan pronto como causaron efecto los RR.DD. del 19 de febrero y 8 de marzo de 1836, todos los bienes, terrenos y edificios pertenecientes al convento, pasaron a inventariarse a la Junta Provincial de Enajenación de Edificios de Monasterios y Conventos. Desde ese instante toda su gloriosa historia rompe los cercos de la grandeza y comienza el decaimiento y desolación. Se inicia cuando por R.O. del 23 de mayo de 1839, S.M. cede a la ciudad de Betanzos «la celda provincial independiente del convento» con el fin de crear un grupo de escuelas públicas; estas escuelas aún hoy existentes, son de sencilla construcción, exentas de vestigios artísticos de interés y únicamente como resto y recuerdo merecen el ser respetadas.
En 1840, el Ayuntamiento de Betanzos, en su deseo de embellecer la ciudad, acuerda el arreglo de la calle de San Francisco y solicita un informe al maestro de obras, el cual remite con fecha del 17 de julio del mismo año. «El maestro que suscribe, habiendo reconocido la calle llamada de S. Francisco sobre el modo y forma como debe construirse observa que en ella hay un paredón de seis cuartas de alto que divide dicha calle, teniendo las gentes entradas por diferentes sitios, de modo que pasando la gente por una parte, especialmente de noche, puede servir la parte de la iglesia por donde no hay casas, para que cualquiera mal intencionado y criminal se abrigue o ampare en el mismo murallón y fácilmente asesinar a cualquiera que pase por la otra parte de la calle, con otros perjuicios que a la vista de todos están muy bien vistos. Lo que pongo en noticia para que se sirva determinar su derribo tanto por los motivos que dejo determinados, como también perjudicial al adorno público».
Como la iglesia, aunque cerrada al culto, estaba a cargo de la parroquia de Santa María, el regidor solicitó su parecer, sobre el informe anterior, al cura párroco de la misma, don Andrés Freire, y como éste no hubiese puesto inconveniente a la realización del derribo del murallón «que cerraba el atrio de la iglesia y edificio que fue convento de franciscanos» y «cuya longitud es de 220 pies liniales» (61,60 mts.), el Ayuntamiento acordó su derribo el mismo día en que recibió el manifiesto del maestro de obras «con arreglo a lo que previene la Ley de 3 de febrero de 1823».
Para que se pudiese llevar con más acierto el derribo del murallón S.M. envió a esta ciudad al arquitecto don Juan Bautista Aguirre, el cual decidió utilizar los materiales resultantes «para terraplenar dicho atrio y ponerlo a nivel con la calle» (sesión 10 de agosto de 1840), de lo que resulta que el convento estaba a nivel más alto que la calle S. Francisco, e igualmente el atrio de la iglesia, puesto que aun hoy se puede ver una escalera para entrar a la misma, que sin duda fue colocada para solucionar el problema del desnivel.
Pero no acabó aquí la cuestión, puesto que considerando el Ayuntamiento como propiedad suya los materiales del murallón, tuvo que sostener litigio con la Comisión de Amortización a quien pertenecían, teniendo que pagar nuestro regidor Vicente Arias y en su representación por un cambio realizado entre el municipio don Juan M. Hernando, el comisionado de dicha entidad en Betanzos don Francisco Vidal, la suma de 180 reales de Bellón, cantidad en que fueron valoradas, por el arquitecto civil D. José María Carro, las losas que contenía, habiéndose efectuado el pago el 17 de mayo de 1842 y el derribo del murallón el 13 de enero de 1843.
Fue de este modo, destruyendo una muralla, la manera de penetrar los malos gustos en un monumento virgen y con ellos el vandalismo que poco a poco iría minando insaciablemente los hermosos rincones que el gótico y la labor del humilde, nos habían hecho y conservado durante siglos. Del mismo modo que una ciudad se siente tomada al ser conquistadas sus murallas, así se sintió el monasterio de S. Francisco al ver destruidos los sostenes que lo mantenían incólume ante el mundo.
Posteriormente y a petición del Ayuntamiento, el monasterio de S. Francisco fue exceptuado de la subasta de bienes procedentes de la desamortización y en unión del de Santo Domingo le fueron cedidos a la municipalidad para dedicarlos a cuarteles y escuelas, vemos pues como todos los bienes pasan a manos del Municipio, en mala hora cedidos, sirviendo una vez más al caciquismo de algunos vecinos y regidores que con libertinaje hicieron mal uso de sus atribuciones, destrozando como veremos la totalidad de sus dependencias. «De existir, fuera S. Francisco de Betanzos, monumento capital de la arquitectura gótica de Galicia, aun sin ello, la iglesia tiene derecho a ocupar el sitio de Tipo en la región» según palabras del erudito arquitecto Lampérez, lo que nos da idea de la importancia que este monumento representa en la historia de la arquitectura gallega.
A pesar de tanta vicisitud. hubo una pequeña tregua, una tregua que sin destrozos convirtió en ruinas lo que en algún tiempo fuera un foco de cultura y arte; el abandono y olvido ocuparon su lugar enmarcado por musgos y yedras que poco a poco modificaron la fisonomía de los recintos conventuales.
Lo inevitable tenía que ocurrir, tal quedó el convento-residencia que minados los tejados, permitiendo de ese modo el paso del agua hacia los pisos inferiores, lo que ocasionó el derrumbamiento de una parte de los mismos, hecho que oficialmente fue dado a conocer a la municipalidad cuando «Habiéndose hecho presente a esta Alcaldía por los señores don Faustino Sanmartín y don José María Manibesa, regidores del ilustre Ayuntamiento, encargados del que también lo es don Bernardo Vidal para correr con la demolición del ex-convento de S. Francisco de esta ciudad por el estado ruinoso y de próximo abatimiento en que se encuentra, según es demasiado público, que han desaparecido en estos últimos días parte de los pisos que aún existen en él…» (Betanzos sesión 10 de enero de 1870, Ignacio Romay) la naturaleza ya cumpliera con su cometido y comienza a ser ayudada por la mano del hombre.
Debía de existir ya en aquellas épocas, cierta falta de criterio en nuestra Alcaldía, puesto que desestimando los anteriores acuerdos, decide el utilizar la planta del ex-convento, para la creación de una cárcel de partido, dado que la existente estaba en malas condiciones, encargando del proyecto al arquitecto lucense don Eustaquio Rodríguez el día 8 de abril de 1870. Mientras este proyecto era confeccionado la caciquista y oportunista mentalidad de algunos vecinos no cesaba de imaginar y crearse medios para lucrarse de tal situación, hasta el punto que se llegó a presentar una solicitud suscrita por un grupo de vecinos, en la que se solicitaba al Municipio la apertura de una travesía que desde la calle de S. Francisco comunicara con la Ribera (para facilitar el paso a casas y cocheras que estos señores tenían en dicha calle) acompañando a la misma una «suscripción voluntaria para ayudar a la Corporación en los gastos que ocasione dicha obra» (sesión celebrada siendo alcalde don Antonio Núñez el 30 de abril de 1872). No hace falta indicar que para realizar dicho proyecto había que tirar con parte del convento y con ocho metros de la antigua muralla de la ciudad.
Durante el estudio de la apertura de la calle, fue entregado a la municipalidad el proyecto, sobre la cárcel, encargado al arquitecto don Eustaquio Rodríguez, con fecha del 21 de junio de 1872, cuyo coste ascendió a 4.979 reales; habiendo sido estimados los magníficos planos de que contaba, el Ayuntamiento en sesión del 5 de junio de 1873 «permite la apertura de la calle para dar acceso a una probable cárcel de partido», lo que era lo mismo que permitir la destrucción de S. Francisco; debían de estar muy flojas las arcas municipales puesto que no se llevó a efecto la construcción de la cárcel, a pesar de eso, aunque contando con la valiosa ayuda de los interesados se abrió la travesía.
El 19 de agosto de 1873, se reúne en sesión nuestra Corporación y «se dio cuenta de los gastos que ocasinó la demolición del claustro y fachada del ex-convento de S. Francisco que fue necesario para la apertura de la calle travesía que desde ésta da acceso y servicio a la Ribera, formada por Luis Fero Dopico, como encargado al efecto por la comisión de obras; y el Ayuntamiento por mayoría acordó prestarle su conformidad y que desde luego se haga entrega a Luis Fero Dopico, de los 2.940 reales que importaron aquéllos según dicha relación, deduciendo de esta suma, la de 700 reales que dejó de entregar por el remate que obtuvo a su favor de las maderas y teja que contenía el claustro y fachada relacionados, quedando por tanto reducido el crédito a 2.240 reales».
De los cinco planos de que consta el proyecto de la cárcel de partido, uno de ellos, titulado «Plano del estado actual del ex-convento de S. Francisco», me permite exponer, por vez primera, la estructura del mismo: Tenía un patio o corral que daba a la calle de la Ribera y en el mismo estaba el sótano o bodega del edificio, que era residencia de frailes. Este sótano medía 7.75 metros de altura (desnivel del patio con la muralla de la ciudad), con varios orificios para guardar vasijas y unas arcadas de techumbre; después del sótano y a nivel con el claustro e iglesia estaba la planta baja que con los dos pisos que tenía medía 7.40 metros; hacia la Ribera cada planta tenía cuatro grandes habitaciones con dos ventanales cada una; por la fachada principal en cuyo frente había una plazuela que daba al edificio del claustro, dos grandes salones cada uno con ventanales excepto en la planta baja en que había dos arcadas para dar acceso al portal de entrada, a un lado del edificio y haciendo límites con las casas de la travesía de Santa María había una huerta cerrada con murallas. Hoy solamente queda el sótano y la huerta y son de patrimonio particular, puesto que el Ayuntamiento fue enajenando poco a poco lo que en algún tiempo le había costado trabajo conseguir.
Una de las mayores riquezas artísticas que contenía este monasterio la constituía, sin lugar a dudas, el hermoso claustro ojival. Merced a una declaración de don Andrés Sarrot, que en el año de 1869 estudió en la escuela de San Francisco, lo conocemos: «Lo formaban cuatro lados de arcadas abiertas con un patio rodeado por las mismas en el que había un pozo que si hoy existiese sería en el terreno donde esta edificada la escuela Jesús García Naveira, aula de niños, también recuerda que en las arcadas que rodeaban el patio, arcadas que en el tiempo a que se refiere no estaban derruidas, había algún escalón para subir al patio que estaba algo más alto que la parte cubierta del claustro por donde en su tiempo paseaban los religiosos y en el de mi niñez jugábamos los escolares»; las arcadas compuestas por sucesión de afiligranadas dovelas, finalizaban en hermosos capiteles de variados gustos y escenas, en algunos de los cuales figuraban blasones de numerosas familias nobles, seguramente benefactoras del monasterio, y figuras de animales y plantas. Las columnas monolíticas y pareadas tenían su fin en basamentas de esbelta línea de sumo interés, en fin todo lo que pudiera pedirse a una construcción de tal género.
¿Era digna tal obra para conservarla? Lector, creo que tu afirmación es segura, pero por desgracia, otra vandálica idea se creó en la sesión municipal del 4 de marzo de 1874: «se dio cuenta de una moción de la comisión de Obras haciendo presente los perjuicios que pueden originar el estado ruinoso en que se halla la arcada del claustro del exconvento de San Francisco y la pared sur de la escuela de niños que existe en dicho punto, cuyos cimientos están al aire y las restantes paredes agrietadas todas ellas, por efecto de la travesía que allí se ha construido y que de continuar así, podrá originar conflictos de consideración, y el Ayuntamiento acuerda que dicha comisión valiéndose de inteligentes forme el estudio y consiguiente presupuesto de las obras de reparación y demolición que considere indispensables», no hay duda de la suerte que se esperaba.
A pesar de todas estas vicisitudes, había defensores del arte y por consiguiente de que se conservara esta magnífica obra. El 10 de abril de 1875 y reunida la Corporación en sesión «se da cuenta de una comunicación del excelentísimo señor gobernador de esta provincia, fecha 9 del corriente, en que se inserta otra del señor vicepresidente de la Comisión Provincial de Monumentos para que se suspenda el derribo o demolición del ex-convento de San Francisco, conservándose el claustro y cubriéndole con el modo y por los medios de que se hace mérito», y el Ayuntamiento en su vista acuerda: «que pase a la comisión de obras de ornato público para que se sirva formar el presupuesto de las obras necesarias para la conservación de la arcada». Estas buenas intenciones. no fueron llevadas a cabo, puesto que nuestra Corporación, no deseosa de dicha conservación, esperó a que se cayese parte de la arcada, para poder demoler el resto y justificándose de un modo oficial según el acuerdo del 2 de abril de 1878 de que «la demolición se verifique con el mayor cuidado en la parte de las arcadas del cuerpo bajo, almacenando y conservando las bases y capiteles de las columnas, dovelas y adornos de los arcos», la Comisión Provincial de Monumentos el 30 de abril del mismo año ordena: «se dejen allí sin tocarles, estableciendo entonces la mayor incomunicación con el público y la más exquisita vigilancia, hasta que pueda emprenderse la debida restauración», nuestro Ayuntamiento contestó el 16 de mayo de 1879 «haber reunido todas las piezas de las arcadas … y se colocaron dentro de una empalizada de madera, clavada completamente, para que no pueda desaparecer pieza alguna».
El monasterio había desaparecido como tal, la incultura y poca formación de las esferas sociales y de los que la dirigían, provocaron la caída de lo que pudiera ser muy útil para el mejor conocimiento de la historia de nuestra ciudad; no acabó aquí la cuestión, puesto que del día a la mañana la empalizada que guardaba dichas piezas, desapareció y nuestro Ayuntamiento, según las necesidades, comenzó a utilizarlas para losado de calles y arreglo de escaleras, en donde aparecen distribuidas por la ciudad y contornos; fueron pasando los años hasta que desaparecieron totalmente. Pero a pesar de todos los destrozos sufridos la iglesia permaneció intacta, presentándose ante nosotros como réplica y recuerdo de todas las barbaridades que en épocas anteriores realizaron nuestros antepasados.
En el lugar en que había estado situado el claustro y después de haber desaparecido, hasta en vestigios, se celebraba uno de los tantos mercados existentes en nuestra ciudad; pero en 1915, siendo alcalde el señor Antolín Sánchez y ante la necesidad de nuevas escuelas, don Jesús García Naveira hizo donación a la ciudad de un grupo escolar que había de situarse en un lugar llamado Picardel (concretamente donde hoy tiene la Organización Juvenil Española su hogar-residencia); como este proyecto estorbase la visual panorámica del vecindario, se hizo creer oficiosamente que dicho lugar estaba emplazado donde lo había estado el claustro, apareciendo ante nosotros lo horrible de un edificio sin gusto, en contraste con la iglesia de San Francisco que es antítesis del mismo.
Adosadas a la iglesia por la calle de San Francisco, se encontraban las capillas de la Orden Tercera y la de la Veracruz, esta última muy interesante por el hermoso artesonado de esbeltas nervaturas góticas y además porque guardaba en su interior el famoso retablo del descendimiento; en el medio de ellas había un campanario dieciochesco de escaso interés, aunque provisto de cierta curiosidad. Ocurrió que habiéndole sido entregado por Emmo. señor Cardenal Arzobispo de Santiago el día 8 de noviembre de 1914, a la comunidad de los RR.PP. Franciscanos, el templo y dependencias, por suscripción pública, y no teniendo un convento donde alojarse, se marcharon a vivir en una casa del frente de ia iglesia, pero no gustosos con esto quisieron los frailes el construir una casa residencia en el lugar en que estaban dichas capillas; presentaron los proyectos de la obra a la Municipalidad los que fueron aprobados por unanimidad pero sin contar con la advertencia del señor Arquitecto Diocesano de la obligación de pedir consentimiento a la Real Academia de San Fernando y a la Comisión Provincial de Monumentos, desatendiendo esa obligación y para poder realizar la obra una noche el contratista de la misma ayudado por un par de bueyes y unos obreros derribó todo lo necesario para los premeditados fines y de ese modo ambas capillas para dejar un solar apto para edificar; el 16 de agosto de 1917 y después de iniciadas las obras, da Comisión de Monumentos de La Coruña se reunió en sesión extraordinaria acordando la suspensión de las mismas por no haber realizado los trámites debidos.
Mientras tanto toda España se hizo eco de tal ataque contra del arte, puesto que al realizar semejante edificio se ocultaba toda la fachada lateral de la iglesia incluido el pórtico de la Anunciación, y aparecen trabajos de Blanco Coris en el «Heraldo de Madrid», de Mariano Repullés y de Fridrich en «LA VOZ DE GALICIA», de Leopoldo Torres Valdás. secretario de la Sociedad Central de Arquitectos en el Boletín Oficial de dicha asociación, además de multitud de denuncias a la Comisión Provincial de Monumentos y a las Reales Academias de la Historia y San Fernando como fueron las de los Ilustres Arquitectos Repullés y Lampérez, los artistas y arqueólogos Frances, Blanco Coris, Sotomayor, Palacios, Murguía, Seijo Rubio, Martínez Salazar, Oviedo, Arce, Lloréns, Martínez Santiso… En Betanzos se lucha contra una carta aparecida en primera plana de LA VOZ DE GALICIA, escrita por don Victor Cancela Noguerol, a la que contestan el mismo diario, Sánchez Díaz, Ponte y Blanco, Veiga, Vales Villamarín, López Torres, Migal v Ferreirós, quienes en colaboración con 1a Comisión Provincial de Monumentos, formaron una Junta Local, enviando telefonemas al presidente del Consejo de Ministros, al Ministro de Instrucción Pública, al Director General de Bellas Artes, y una instancia a dicho Ministro que le fue entregada por el Arquitecto Palacios.
El 26 de septiembre de 1917, el Excmo. Director General de Bellas Artes, a requerimiento de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes, dispuso se interrumpieran las obras mediante una orden telegráfica, entonces comisionado por el Ministro vino a Betanzos el señor Repullés cuyo informe fue contrario a las obras; la Real Academia de la Historia con arreglo al informe del Ponente señor Lampérez dictaminó el derribo total de las obras y poco después la Real Academia de San Fernando con la del Ponente señor Zabala y fundándose en el de Repullés se reparase el atropello artístico cometido.
Muchas fueron las amistades movidas para poder continuar las obras, hecho que consiguieron de Romanones, amigo íntimo de uno de los padres que en aquel entonces formaron la comunidad.
El 29 de septiembre de 1919 la iglesia de San Francisco de la muy Noble, Real y siempre Leal Ciudad de Betanzos de los Caballeros es declarada Monumento Nacional, siendo el primero e iniciado de la lista de los que luego le sucederían en nuestra Ciudad.
Transcurre un período de calma en la que se ordena y preparan retablos, de bastante mal gusto por cierto, y se arreglan los destrozos que la iglesia tenía, apareciendo de nuevo las cofradías y prosperando de modo progresivo la actividad eclesiástica.
Pocos años dispusieron los frailes de tranquilidad, puesto que debido a la crisis política existente en la Nación, durante los meses precedentes al estallido de la Guerra Civil, una gran ola de desórdenes se extiende por todo el ámbito Nacional, llegando sus efectos hasta Betanzos y produciendo la expulsión, por parte del frente popular, de la comunidad franciscana (febrero de 1936); estaba de superior en tan críticos momentos, el Rvdo. Padre Luciano Vázquez quien con el resto de los padres tuvo que irse a residir a los conventos de Lugo y Santiago, no pudiendo trasladar en su marcha ni el más mínimo objeto; pocos días después un allegado a la Comunidad, don Agustín García Amor, consiguió un permiso del Alcalde Sr. Beade, para poder salvar algunos bienes pertenecientes a la iglesia y acompañado por una pareja de la guardia civil pudo entrar en la residencia y llevarse las vestimentas sagradas, cálices y demás utensilios sacros. Dos meses después de haberse ido los frailes, un sector extremista alentado por personas extrañas al pueblo de Betanzos, tan vinculado al convento de San Francisco, asalta y saquea la residencia franciscana, dedicándose al pillaje de muebles, ropa y todo tipo de enseres que allí se encontraban; asimismo tocaron las campanas a muerte y aparecen en la cúspide de la torre banderas rojas y negras. No contentos, el archivo y biblioteca del convento, que tanta riqueza en manuscritos incunables encerraba, fueron quemados públicamente en hoguera que hizo enrojecer de vergüenza las históricas piedras que tan celosamente habían guardado durante siglos aquel legado de Cultura.
El miércoles 22 de julio de 1936, a las diez de la mañana, intentan volar el Puente Nuevo para que las fuerzas nacionales no tuviesen acceso a la ciudad; como no lograsen sus propósitos, puesto que ya les eran pisado los talones, iniciándose un fuerte tiroteo desde el arco y almena de dicho lugar, encontrándose allí parapetados con colchones y sacos, pero como notasen que llevaban las de perder y no queriendo irse de Betanzos sin dejar un recuerdo, se acercaron un grupo de ellos con dos bidones de gasolina a quemar la iglesia de san Francisco. Ardiendo, encontraron las fuerzas nacionales este grandioso monumento y sin poder hacer nada por él se consumió, lentamente, salvándose únicamente las capillas del Carmen, San Antonio, Los Dolores y la Concepción; pero las obras cumbre de la iglesia perecieron entre el crepitar de las llamas, quedándonos sin el famoso retablo del Descendimiento, sin el retablo del maestro Ferreiro y sin la Inmaculada del maestro Gambino; después del incendio solamente quedaban las paredes y lo que era de piedra.
Epílogo
Destruida su iglesia, único resto de todo un monasterio, e igualmente su residencia, intentan los franciscanos por una vez más el ocuparse de ellas y con la valiosa ayuda de don Jesús García Naveira, que en octubre del mismo año costea la restauración del ábside, inician otra nueva etapa que culmina con el actual convento inaugurado en el año 1955, realizado con bastante acierto; es de piedra y no oculta como el anterior joya alguna, al contrario ha dejado libres las que se encontraban ocultas.
Actualmente y deseando enriquecer el Patrimonio Artístico de tan preciado monumento, los padres franciscanos han iniciado la búsqueda de las piezas esparcidas por toda la ciudad, para la creación, de ese modo, de un museo arqueológico-histórico del convento. Intento desde estas líneas el unirme a tan loable obra y el amor al pueblo de Betanzos para que restituya dichas piezas allí mismo, contribuyendo de ese modo a un deseo que sin duda sera un enorme beneficio para la ciudad.
Igualmente debe interesarse de todos los organismos oficiales la restauración de esta iglesia que sin duda alguna es vida e historia de Betanzos y por lo tanto de la riqueza artística del Antiguo Reino de Galicia.
Quizás la limitación de espacio no me haya permitido tratar con la suficiente amplitud, como hubiese sido mi deseo, ciertos aspectos, tanto históricos como culturales, que en estos últimos cien años han formado parte esencial en la vida del convento, pero eso sí, el espíritu que ha movido mi pluma a escribir estas humildes lineas, ha sido el de hacerte llegar, lector, lo que de otro modo permaneciese entre las nubes de la historia.