• A la espera de una ventada del norte

    Publicado en el Programa Oficial de la XVII Vuelta Ciclista a la Comarca Brigantina el 01/05/1998

    Uno de mis viajes por Holanda me impresionó sobremanera, este mes de Mayo se cumplen diez años de mí entrada en Keukenhof, un paraíso floral, más bien un mar de tulipanes, se reflejaban en las aguas de los estanques y corrientes, que serían los islotes entre parterres y macizos, a cada cual más llamativo y sorprendente.

    Los gestos de admiración de los visitantes, otra marea de gentes asimismo multicolor, al observar aquella naturaleza, casi de laboratorio, tan bien lograda, cultivada y cuidada desde antiguo, se traducía en largas colas ante los «stands», para la adquisición de bulbos y recuerdos, sin olvidar el refrigerio, que para eso sabe de buenas tablas de quesos, amén de pescado crudo y ahumado, buenas viandas y una cerveza exquisita; todo alrededor del molino de viento que preside la plaza del jardin, adonde concurren los paseos que se reparten por la totalidad del inacabable parque. En el exterior, un aparcamiento de dimensiones apropósito garantiza plazas para automóviles y bicicletas, de estas últimas tantos sillines como buena parte de los allí presentes; todo de lo más ecológico, bucólico y civilizado.

    Los aparcamientos para bicicletas, omnipresentes en todas las poblaciones de este pequeño País, conforman una parte del mobiliario urbano, tan cuidado y rico como en todas las naciones del entorno, y cuanto más al Norte mejor, quizás porque siempre han asumido ese punto cardinal como una meta sin etapas, incluído su viento purificador, por eso de no perder el rumbo y significarse de alguna manera, dificilmente superable.

    Un mobiliario urbano que combina con el entorno a la perfección; los monumentos centran plazas y otros las esquinan, con sempiterno horizonte de jardines en sabia armonía; las estatuas, dedicadas a grandes figuras de renombre y otras alegorías, se alternan con significativas fuentes que rememoran las Artes y Oficios, en actividad por mor del agua, conducida con precisión para que incluso una banda de música se ponga en movimiento, o interprete una melodía por el batir de los metales. Un sinfín de elementos que a simple vista ubicaba en plazas y rincones de Betanzos, a caballo de una bicicleta que jamás tuve, entre otras razones por un desgraciado accidente sufrido por un amigo de nuentra casa, al bajar sin frenos por la Calle de la Veiga, hoy del Mandeo, y fallecido al encontrarse con uno de los pocos automóviles existentes en la ciudad, que en aquel momento se dirigía hacia Ferrol; pertenecía a la familia de Doña Irene Losada, una gran señora que recuerdo con sumo respeto y simpatía.

    Me encantaría recorrer Betanzos, por su radioconcéntrico trazado medieval, a través de los monumentos dedicados al fundador de la ciudad, el Rey Alfonso IX; al mecenas y paladín Fernán Pérez de Andrade «O Bóo», y al Rey Enrique IV, que nos convirtió en ciudadanos, y pasar ante otros no menos simbólicos, como las efemérides de los Irmandiños o a los héroes de la Guerra de la Independencia, a la Libertad… Entre fuentes y composiciones relativas a los Gremios, la Banda Municipal de Música o La Coral Polifónica. Algunas placas de hijos destacados de la urbe o hito de homenaje y agradecimiento, con parada técnica obligada. Un paseo en bicicleta, para cumplir con las recomendaciones de mi médico, no dañar el ambiente, en definitiva, para ver y respirar mi ciudad con la ventada de aquel Norte.

    Un Norte que no se atreve por estos pagos, porque los otros vientos, sus hermanos, están contaminados y le rechazan, a falta de sensibilidad hacia el mobiliario urbano, los jardines y las bicicletas, entre otras significativas carencias que ciegan las ideas.